lunes, 13 de febrero de 2012

¡Un micrófono, por favor!

Por Esteban Piecovich (10/01/2012)

Esta mas que probado que lo mas invisible suele ser aquello que tenemos frente a los ojos. Nos pasa con las personas más proximas. Con la gente. Con lo que hacemos. Cuando más lo hacemos, menos lo vemos. Hasta la costumbre se comporta como velo, como pared. Nos impide ver los cambios. Durante miles de años fue noticia la salida del sol o que regresara la luna. Hoy los miramos por casualidad.

Del amanecer a la noche no pasan milagros. No hay otra cosa que suceda que milagro. Estar vivo lo es. Somos una sucesión de milagros. Pero actuamos como muñecos, sin distinguir lo súbito de lo eterno, la actualidad de la historia, lo hondo de lo playo.

Esta paradoja alcanza también a quienes hemos "hecho" radio y flipamos con volver a su capsula magica. Están los sonidos, las ondas, el dial, los otros, la imaginación... Y sin embargo, en lo que más pensamos es en el ombligo de la radio: en el micrófono.

Ella también forma parte de esta sucesión de milagros y es una confirmación más de la maravilla marginada que es la vida. Porque la traicionamos a cada instante. No propagamos lo maravilloso sino lo podridamente comun. La hemos hecho práctica como un tornillo. Ruidosa como un energúmeno. Avara, como un bolsillo.

Cuando lo que más tiene la radio, es precisamente, belleza. Que está escondida. Y “Esconder... como lo señaló Walter Benjamin (quien entre 1929 y 1932 escribió guiones para la radio Berlín)...”esconder quiere decir dejar huellas, pero invisibles. Los escondites más ingeniosos son los más expuestos. Los mejores son aquellos que están a la vista”. O al oído, podríamos agregar.

El propio Bertolt Brecht, en su libro Teoría de la radio (1932) la definió como “el más fabuloso aparato de comunicación imaginable en la vida pública”, aunque advirtiendo que “su sistema fantástico de comunicación lo sería realmente cuando se llegara no solamente a transmitir, sino a recibir. Esto es, no solo a oir al oyente, sino también a hacerlo hablar, a darle lugar, a no aislarlo”.

Dicen que una imagen vale por mil palabras. ¿Es tan así?

Ante la televisión, uno mira. Ante la radio, uno imagina. De chico, nos sentábamos en circulo a escuchar la radio. Lo hacíamos mirándola, imaginando lo que traían sus sonidos. La radio nos enseñó a escuchar. La radio nos volvió al origen.

El acto de sentarse a su alrededor, la oralidad surgida del aparato, el factor invisible de la palabra dicha cumplía así el mismo fin que en las tribus primitivas los relatos nocturnos junto al fuego: unir al grupo, darle cohesión a la comunidad.

Los que tenemos una edad vivíamos la radio como un prodigio del más allá. Era nuestra televisión. Es que la radio tambien es una visión desde lejos. Seguramente la mejor televisión. La personal. La que produce uno mismo. La más original en cada uno. Y esto es así, pues cada uno es único, irrepetible, original.Por eso escucha e imagina según su original personalidad.

La televisión impone su imagen. La radio da sonidos para que con ellos hagamos imagen. A nuestra imagen y semejanza.

Entonces, debe ser algo más que lo que parece. Algo más de un simple aparato de dar noticias, pasar música, contar chistes, gritar goles, asustar con pecados, ganar bicicletas o vender hamburguesas.

Tal vez la radiofonia se parezca a cada uno de nosotros. Tan unica, original e irrepetible como cada uno de nosotros.

Y hasta es posible que sea la radiofonía sea un arte Invisible, dejado de lado, como lo es la vida de cada uno de nosotros.

Y tal vez solo bastaría creérselo para que fuéramos ciertos y para que ella fuera ciertamente un arte.

Yo, por mi parte, creo que sí, que es cierto. Que cada persona tiene usina propia, cuerda propia, mitología propia, irrepetible. Y que la radiofonía es una de las artes cautivas. La más Ceniciencia de las artes. La que no "vemos" de de tan expuesta y presente que esta.

(*) Especial para Perfil.com.